jueves, 6 de mayo de 2010

Estudiamos en el Tratado de los Padres: Moshe recibió la Torá de Sinaí y le entregó a Yehoshua, Yehoshua a los ancianos, los ancianos a los jueces y estos a los hombres de la Gran Asamblea. Estos enseñaron tres cosas: Sed pacientes en el juicio, formad muchos alumnos y haced vallados a la Torá.

La enseñanza de “sed pacientes en el juicio” se obtiene de la contigüidad de los versículos, como enseña el Talmud (Sanedrín 7b): De donde aprendemos aquello que afirma la Mishna “sed pacientes en el juicio”? Pues está escrito: Y no subirás con escalones a mi altar (escalones en este caso se refiere a la impulsividad, ver Rash”i) e inmediatamente dice el versículo: Y estas son las leyes que pondrás ante ellos, de lo que aprendemos que el hombre no debe ser arrebatado en el juicio.

Básicamente esto se refiere a que al presentarse ante el juez un caso, debe ser cuidadoso y expedirse no sólo de acuerdo a las leyes de la Torá, sino debe analizar la situación y hallar las evidencias que permitan amparar a la víctima del victimario.

Un hecho fantástico ocurrió hace aproximadamente treinta años en el tribunal presidido entonces por el gran erudito Rabí Itzjak Vaiss z”l, jefe de la suprema corte rabínica de la comunidad ortodoxa en Jerusalén (Badat”z), ante quien se presentaron dos litigantes. Uno de ellos reclamaba que el otro le debía por conceptos de préstamos una gran suma de dinero que alcanzaba varias decenas de miles de dólares, en tanto que el otro negaba absolutamente la demanda.

El rabino se dirigió al demandante y le preguntó si tenía alguna prueba que avalasen sus demandas. El otro inmediatamente sacó de su bolsillo un documento en el que estaba escrito explícitamente que el otro le debía tanta cantidad de dinero, al pie de lo cual se hallaba la firma del demandado claramente legible. Llamó el rabino al demandado y le preguntó: Es ésta tu firma? Y respondió: Si, efectivamente es mi firma, pero continúo negando la existencia de la deuda, e incluso no recuerdo haber firmado el documento.

De acuerdo a la halajá, el rabino debía haber condenado inmediatamente al demandado saldar la deuda, pues el documento probatorio obraba en poder del demandante y el mismo deudor reconocía su firma. Sin embargo, el gran erudito se percató que el demandante no era una persona honesta y el demandado aparentaba ser un hombre correcto y decente. Por ello el rabino no deseaba condenarlo y trataba de encontrar argumentos que lo eximiesen, pero el mismo demandado no podía explicar cómo su compleja firma aparecía en el documento del otro. Por ello, el gran rabino pidió diferir el juicio hasta la mañana siguiente, hasta entonces, pensó, el Eterno me proveerá con la suspicacia suficiente para dirimir el juicio en forma justa.

La mañana siguiente, mientras ambos litigantes aguardaban en la recepción del tribunal rabínico la llegada del gran erudito Rab Vaiss z”l, se presentó el secretario del tribunal e instó al demandado a que vaya a su casa y traiga un libro de su biblioteca personal. Este oyó la extraña petición y se dirigió a su casa para tomar uno de los libros y regresar al tribunal.

Cuando ambos litigantes ingresaron a la sala del tribunal, el Rab Vaiss z”l le pidió al demandado que le muestre el libro que tenía en su mano. El hombre le acercó el libro y el rabino pudo observar que este no firmaba su nombre en el extremo superior de la primera hoja en blanco como la mayoría de las personas sino lo hacía al pie de dicha página. Le preguntó el rabino si en alguna ocasión le prestó al demandante un libro, y tras pensar unos momentos le respondió afirmativamente, “hace aproximadamente un año le presté un libro y todavía no me lo ha regresado”.

Sorpresivamente le rabino le pidió al secretario que acompañe al demandante a su casa a traer el libro que tomó en préstamo del otro. Cuando el libro llegó a manos del rabino pudo comprobar que la primera página había sido arrancada y la hoja en que estaba redactado el documento no era sino aquella página que faltaba del libro a la que se había agregado el contenido del documento que el deshonesto demandante había redactado.

Allí se evidenció la gran inteligencia del erudito rabino que no se apresuró a dictaminar un juicio y ameritó emitir un dictamen correcto y ajustado a la verdad y la honestidad.

De esto tiene que aprender cada persona, incluso en sus relaciones personales y familiares, a no tomar decisiones impulsivamente sino analizar las situaciones con paciencia y equilibrio y de esta manera arribar a conclusiones correctas y coherentes.

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